martes, 7 de julio de 2015

Jardín del Edén

Acabo de acabar de leer Jardín del Edén, de Ernest Hemingway. Hace más de medio año que no publico absolutamente nada sobre libros en el blog. Tengo un total de cinco reseñas pendientes de novelas que leí el pasado verano. A fin de no condenar al olvido esta lectura, he decidido saltarme el orden y empezar con esta reseña, a ver si así me desatasco con el resto.


David y Catherine Bourne disfrutan desde hace meses de una prolongada luna de miel, que aún tiene que alargarse mucho más. Gracias a la fortuna de Catherine, ambos pueden vivir desahogadamente y disfrutar de su recién estrenado matrimonio viajando por el sur de Francia y adentrándose luego en España. Sin embargo, Catherine empieza a evolucionar y, aunque ligeramente reacio al cambio, David se adapta a ella con tal de conservarla hasta que el límite entre lo inocente y lo perverso empieza a difuminarse.

Esta es la primera "novela formal" de Hemingway que tengo el placer de leer aunque ni siquiera sé si una afirmación como esa es correcta teniendo en cuenta que se publicó de forma póstuma, por parte de un editor que recortó a placer un manuscrito inacabado. Quizá habría sido más convencional comenzar con El viejo y el mar pero nunca me ha llamado la atención y, de todas formas, nació como un encargo a una revista.

Me atrevería a decir que Jardín del Edén es la metanovela: una historia con tintes autobiográficos sobre un escritor que está escribiendo una novela autobiográfica. En realidad, tiene cierto sentido teniendo en cuenta que Hemingway solo escribía sobre lo que conocía de primera mano pero quizá fue esta la única vez que escribió sobre un escritor (aunque realmente no podré saberlo con seguridad hasta que haya leído todas sus novelas). Accidental o deliberadamente, Hemingway nos explica la determinación de David respecto a no continuar con la historia que escribe en un novela que él mismo tardó años en escribir y que, de hecho, nunca terminó. Sobre esto escribe Rodrigo Fresán en un prólogo peligroso que destripa ya no solo el libro que se tiene en las manos sino una parte importante de la bibliografía de Hemingway pero que da información relevante para comprenderlo mejor hasta cierto punto.
A mí no me importa ser una heroína. No somos como los demás. No tenemos que llamarnos mutuamente cariño, querido, amor mío ni nada parecido para demostrar algo. Cariño, querido y queridísimo se me antojan obscenos; nosotros nos llamamos por nuestros nombres de pila. Ya sabes lo que intento decir. ¿Por qué hemos de hacer otras cosas como todo el mundo?
Uno de los temas principales del libro es el amor, sin más. Cómo comienza, qué significa, cuánto dura, dónde termina. ¿Se puede querer a dos personas a la vez? ¿De ambos sexos? ¿Qué define una infidelidad? Aunque el libro gira alrededor de otros temas como los relatos de David o el trastorno de Catherine, muchas de las conversaciones que ideó Hemingway para esta novela son disputas de enamorados y diálogos insustanciales que, salvando las distancias, son idénticos a los que podáis tener vosotros mismos o haber oído alguna vez por la calle.

Otra cuestión es la enfermedad mental. Catherine Bourne es uno de los personajes más perturbados y perturbadores que he leído en mi vida y me pregunto si Hemingway conoció realmente a alguien así o si se dejó llevar por la imaginación más que de costumbre. El prologuista comenta que es una mezcla evidente entre dos de las ex-esposas del autor (se casó cuatro veces). Tras haber visto Midnight in Paris (una película que no me canso de recomendar) yo me pregunto si se inspiró también en Zelda Fitzgerald.
¿Por qué habría de hacerlo? Quieres una chica, ¿no? ¿Con todos los accesorios, no? Escenas, histerismo, acusaciones falsas, temperamento, ¿no es eso? Continuaré así. No te abochornaré delante del camarero. No le haré sentir incómodo. Leeré mi maldito correo. ¿Podemos enviar a buscar mi correo?
Me resulta una lectura muy revolucionaria porque aborda temas de rabiosa actualidad a pesar de haberse escrito hace cincuenta años. Intento imaginarme cómo debía ser cortarte el pelo como un chico en aquel entonces o ir paseándote con dos mujeres ricas, una en cada brazo. Es una mezcla extrañísima entre una época totalmente desfasada y una serie de actitudes que siguen vigentes hoy en día, con muchas preguntas para las que seguimos sin respuesta.


La narración es fantástica. Tal y como explica en París era una fiesta, para Hemingway las metáforas y la jerga técnica eran accesorios superfluos que no hacían otra cosa que entorpecer la lectura. En Jardín del Edén, solo encontramos breves y claras descripciones que sumergen en el universo del libro, largas y sencillas conversaciones y algún que otro pensamiento de David. Por lo demás, Hemingway es increíblemente imparcial, contando una historia como simple espectador con lo que consiguió una obra amena y cercana a la par que algo caótica a ratos por la absoluta falta de introducción o contexto.

Nos sumergiremos hasta la profundidad justa para poder emerger de nuevo

Un último detalle que me ha parecido fascinante son los "recortes", semilla de la discordia tanto para David como para Catherine. Hemingway plantea la cuestión de para quién escribe uno y con qué objetivo, y también cómo los críticos pueden gastar ríos de tinta para reseñar una obra sin haber comprendido en absoluto cuál era el mensaje, si es que lo había. Si este tema ya inquietaba a Hemingway hace medio siglo, no me quiero imaginar cómo hubiese reaccionado a la realidad actual, donde cualquiera con conexión a internet puede decir la primera tontería que se le pase por la cabeza sobre un libro y quedarse tan ancha (como yo).

3 comentarios:

  1. No sé si habrás escrito alguna tontería, pero a mí me has motivado para que lo pille en cuanto pueda =D

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    1. ¡Me alegro mucho! Leí en alguna parte (quizá en el prólogo xD) que cuando se publicó (póstumamente) este libro, hubo algún colectivo de mujeres que proclamó que Hemingway por fin había escrito un libro para, en fin, mujeres.

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    2. Interesante. Nada, a la lista de futuros *O*

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